La empatía es una de las bases de nuestra inteligencia emocional y competencia esencial para las relaciones. A través de ella conectamos y comprendemos la vida emocional de los demás. No confundamos con que nos tenga que gustar la otra persona, lo que dice, lo que piensa, o el modo en que interpreta una situación. Por supuesto que, si congeniamos mejor, aunque no hemos de estar necesariamente de acuerdo para que se estimule nuestra empatía. Lo que hacemos es activar nuestra participación afectiva en una realidad ajena a la nuestra. La palabra viene del griego y significa “dentro de”, se reintrodujo en Alemania en el siglo XIX como propiedad física del sistema nervioso relacionada con el sentimiento y pasó a ser “lo que siente”.

En mi opinión, lo que abarca la empatía es más de lo que en general se dice “ponernos en lugar del otro”, si la situación lo hace posible también es mejor hacérselo saber. Esta segunda parte es importante porque completa el círculo. Es decir, tan importante es recoger y entender los motivos de esa persona como que ésta sepa y entienda que tu empatizas con ella. Ahí es donde la conexión se produce en dos vías y toma otra dimensión. La empatía es una de las cualidades más altas que tenemos los humanos. Si perdemos la empatía, perdemos nuestro valor más preciado, nuestra humanidad. Yo diría que es la expresión más cercana a un roce amable, una caricia o un abrazo que podamos recibir de otra persona sin que nos toque físicamente.

Aprendemos a ser empáticos cuando somos bebés a través de la interacción, principalmente de madres, padres o cuidadores. Cuando responden al estado emocional de los bebés se crea la base para la diferenciación de nuestro yo y también del sentido del otro. Ahí plantamos la semilla de la empatía que desarrollamos a través de las neuronas espejo y la socialización con los demás. Empezamos a crear vínculos afectivos. Se considera que estas neuronas espejo son uno de los descubrimientos más importantes de la neurociencia en las dos últimas décadas. Se encuentran en el cerebro de humanos y primates y nos dan acceso al reflejo del comportamiento de otras personas. Nos permiten imitar lo que vemos, y esta función es básica sobre todo para el desarrollo social en nuestros primeros años de vida. Este mimetismo ocurre a nivel inconsciente y lo hacemos reproduciendo lo que vemos, expresiones de la cara, sonidos vocales, posturas y diferentes movimientos.

Hay distintos niveles, si es de una vía empatizamos con alguien o algo. Por ejemplo, alguien que está llorando por una pérdida y nos crea algún tipo de emoción. Dos direcciones sería cuando le hablas a alguien de una situación complicada por la que estás pasando y resulta que la otra persona está en un contexto parecido, se crea una empatía mutua y nace un vínculo. Que este vínculo luego se desarrolle o no es otro cantar. Y un ejemplo de empatía en grupo podría ser asistir a un concierto de música clásica. Cuando empieza a sonar la música nos damos cuenta de que no son un grupo de elementos separados. Entran en una escucha activa profunda, en atención plena, sus corazones, sus cerebros y sus cuerpos entran en la más pura forma de generosidad empática. Es entonces que aparece un organismo simbiótico, tod@s se sienten entre sí, se anticipan a los movimientos y al aliento de los demás. Ya no sólo escuchamos instrumentos sino un sonido único. La presencia de cada persona y la empatía que emanan las mantiene unidas como un todo, las notas fluyen como agua por un río y la melodía se vuelve una delicia para nuestros oídos. Ahí es cuando nosotros entramos en empatía con ellas, con la música que nos llega y que nos une como si fuéramos un todo.

Desafortunadamente hay gente que, debido a ciertas experiencias durante su desarrollo, el modelo educativo o contexto social en el que se encuentran, puede ver que su empatía se debilita en favor de un egocentrismo general más marcado. Además, seamos sinceros, muchos de nuestros hijos están más sintonizados con sus dispositivos electrónicos que con los sentimientos de las personas que tiene a su alrededor. En este momento de nuestra evolución como raza humana todavía estamos demasiado preocupados por el yo. No existe la conciencia del todo en su plenitud. Es decir, podemos comprender que eso existe, que está presente, pero en el momento en que aparece algún tipo de carencia o emoción negativa nos refugiamos rápidamente en el yo y nos desconectamos del “todo”. Básicamente, volvemos a nuestra cueva.

Sergi Regàs Antherieu

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