Los humanos tenemos dos anhelos.
Por un lado pertenecer, formar parte de un sistema. El más importante pertenecer a la familia (aunque no te guste), al grupo de amigos, a la asociación de padres, a la comunidad de profesionales, etc. Necesitamos sentirnos entendid@s, reconocid@s y querid@s por el grupo.
Por otro lado, el anhelo es ser quienes somos, expresarnos y desarrollarnos.
Desde nuestros inicios como persona estos dos anhelos están enfrentados.
Me explico.
La formación del “Yo” según el Análisis Transaccional (una mirada en psicoterapia dentro de la psicología humanista) se va definiendo en el niño en los primeros meses de vida. Según el Rebirthing y la mirada del trauma precoz de Frank Ruppert, el “Yo” se empieza a formar incluso antes de nacer, ya en el vientre de mamá.
El bebé no capta los mensajes en su totalidad pero sí su carga afectiva y emocional. No es que el bebé reflexione sobre ello, dado que todavía no está preparado, lo que hay es una sensación de seguridad o inseguridad y ésta va creando su marco psicológico.
“Mamá está bien, yo estoy bien”.
Hablo de mamá, aunque una vez que el niñ@ nazca también podría decir papá, cuidador o cuidadora.
José Luis Martorell en su libro “Guion de vida” nos dice: “La relación con la madre define el primer modo social de estar en el mundo que precede a todos los demás” El bebé a partir de esta relación tendrá una primera información de cómo es él y de cómo es el otro.
La madre es la primera otra persona que el niño identifica.
Todos estamos de acuerdo de que el bebé precisa de cuidados físicos y emocionales para sobrevivir. Nacemos con el chip de supervivencia y hacemos lo que haya que hacer para seguir vivos.
El niño es espontáneo, expresa sus inquietudes, impulsos, tendencias… y esto puede ser bienvenido para los padres/cuidadores o para uno de ellos o puede chocar con la actitud de uno o los dos. Si esa expresión del bebé entra en conflicto, la madre o el padre pueden oponerse de forma clara o de manera sutil. Os pongo un ejemplo: Si me encanta dar golpes con mis pies en la cuna, sentir el sonido que produce, el rebote en todo mi cuerpo y cuando lo hago mamá me sonríe y dice cosas agradables con tono amoroso yo lo seguiré haciendo y sentiré que está bien, tengo permiso para expresarme, para seguir mis impulsos. Si cada vez que lo hago mi mamá no dice nada pero físicamente se aleja, empezaré a preguntarme si hay algo que no está bien en eso que hago o en mí. Si cuando lo hago mi mamá me dice con un tono serio y poco amable algunas palabras me quedará claro que eso está prohibido.
¿Qué crees que elige el bebé?
¿Cuál fue la decisión que tú tomaste?
Lo más importante para el bebé es ser aceptado por su mamá, si para ello debe reprimir la expresión, lo hará.
¿Rebuscado? Para nada, así hemos ido creando nuestro mundo, las creencias sobre él, nosotros y los demás.
Todos elegimos ser vistos, en ello nos iba la vida.
Y hoy, adulto, sentimos tener permiso para expresarnos, equivocarnos, lograr objetivos o nuestro mundo está lleno de prohibiciones y mandatos que no reconocemos como genuinamente nuestros. Repetimos decisiones que un día nos funcionaron para que papá, mamá nos mirara con buenos ojos y que posiblemente hoy nos están limitando.
¿Quién soy yo? Esta vida que tengo ¿la he construido yo? ¿Cómo he llegado a esta situación? ¿Qué valores cultivo en mi cotidianidad?
Es el fantástico viaje del autoconocimiento.